Una de las verdades evidentes del mundo literario es que los grandes lectores aman los libros. Es un tipo de amor que solo alguien que es capaz de devorar historias como quien respira puede entender. Da igual el formato, el volumen y llegados al punto de no retorno, incluso da igual el tema.
Por eso, la gran mayoría de protagonistas comparten esa pasión con los lectores. Porque no hay nada que permita tanto conectar con la historia como identificarse con un protagonista que es capaz de leer incluso en las situaciones más estrafalarias. No solo es la característica básica para dotar de inteligencia al personaje, sino que además es un recurso gracias al cual puede encontrar los datos que necesita (casualmente siempre ha leído en algún momento la información exacta que precisa, o alguien muy cercano tiene el raro ejemplar que aporta la solución al problema), para que la historia se resuelva.
En los mundos de fantasía, donde los elementos mágicos son parte intrínseca de la trama, los libros adquieren una nueva dimensión y se convierten en un mar de posibilidades para los argumentos. Ya no se trata de mostrar a protagonistas que lean para marcar un elemento afín a los lectores. Los libros son un recurso literario y una alabanza al mundo de la escritura dentro la propia historia.
Pongamos algunos ejemplos para analizar este aspecto detenidamente. ¿Recordáis que El Hobbit y El Señor de los Anillos fueron escritos por Bilbo Bolsón? La historia aparecía reflejada en el propio libro, la última salvaguarda de las aventuras vividas por los Bolsón y el Anillo. El libro guarda una historia mágica, que se convierte en leyenda con el tiempo y poco más. De esta manera, el lector puede equipararse a los hobbits, porque tiene acceso a la misma obra que ellos. Es un portal más para entrar indirectamente en la Tierra Media.
Esta fórmula la recupera Ende en todo su esplendor y posibilidades mágicas en La Historia Interminable. En esta novela, el Viejo de la Montaña guarda la historia leída en el libro, pero es que además se construye en dos dimensiones: la que ocurre en Fantasía y la que ocurre en el desván del colegio donde se encuentra Bastián. Es un paso más, porque ya no se trata de un simple receptáculo para la historia, sino que además, supone un elemento mágico que recoge las interacciones de Bastian mientras lee. Y aunque es un elemento clave en el desarrollo de la trama, ya que Bastian está leyendo el libro y es su llave para acceder al mundo de Atreyu, en realidad las partes de acción de la historia no dependen de la presencia de este elemento, sino del Auryn, que además se conecta con el libro al aparecer en la portada…. Ende utiliza el libro en toda su complejidad y posibilidades dentro de su magnífica obra.
Volviendo al empleo de los libros en el desarrollo de los argumentos de una forma más convencional (si es que esto es posible dentro de los mundos fantásticos), en la obra Corazón de tinta, de Cornelia Funke, la clave de la interacción entre mundos está en el libro tanto como en la habilidad de Mo y Meggie para dar vida a las palabras. Llega un momento en el que libro, el objeto codiciado por Capricornio, adquiere vida propia, pero eso es porque sufre en sí mismo una transformación. En la II y III parte de esta trilogía (próximamente, tetralogía), el libro no es presentado como un elemento de la trama, sino que se convierte en el mundo y abandona su formato escrito.
Damos otro salto más, y vemos que la implicación de los códices mágicos en la historia llega a su máximo esplendor cuando el libro interactúa con los personajes hasta el punto de adaptar la información que presenta a las necesidades del momento. En este punto, el libro se constituye como un personaje más que interacciona con los protagonistas, ofreciéndoles diferentes datos que puedan utilizar. El libro mágico que acompaña a Ela en El mundo encantado de Ela es tanto un libro de cuentos como una bola de cristal a través de la cual llegar a documentos de relevancia para la protagonista. Dependiendo de lo que necesite la heroína, le ofrece cartas de familiares, recetas o historias. El ritmo narrativo no depende enteramente de este elemento pero, como cualquier amigo, guía a Ela para que alcance sus objetivos.
Y así se pueden citar ejemplos y ejemplos: los libros de viaje que se emplean en la saga La Espada de la Verdad, de Terry Goodkind, donde además el primer volumen gira en torno al Libro de las sombras contadas; la saga de Mar de Oro y Tinta, donde el libro se convierte en un elemento único y mágico que encierra las historias del mundo; el libro que narra el cuento de Sophie y Agatha en la Escuela del Bien y del Mal y que marca el determinismo de su destino; el Ashmole 782, un libro mágico que solo Diana Bishop puede sacar de la biblioteca de Oxford en El descubrimiento de las brujas… O la simple ambientación que tienen para la saga de Harry Potter los volúmenes que van apareciendo en la biblioteca y las aulas, los diarios malignos que hablan contigo…
Seguro que me dejo cientos y cientos ejemplos, pero simplemente quería reflexionar un poco sobre el papel que el libro tiene dentro del propio libro en la literatura fantástica, y sus posibilidades como elemento mágico, como guía de la narración o simple homenaje para un lector que casi con toda seguridad, sabrá apreciar el guiño que supone su aparición dentro de la trama.